DIVERSIDAD CULTURAL

La variedad de nuestros idiomas, usos y comportamientos expresivos indica que buena parte de nuestra conducta se programa a través de la sociedad, y no por medio de nuestra, y no por medio de nuestra constitución natural. Los genes no son planos o fijos: su expresión depende del ambiente. Por ejemplo, los estadounidenses comen ostras, pero no caracoles. Los franceses comen caracoles, pero no grillos. Los zulúes comen grillos, pero no peces. Los judíos comen peces, pero no cerdo. Los rusos comen reses, pero no serpientes. Los chinos comen serpientes, pero no personas. A los jales de Nueva Guinea les parece que las personas son deliciosas.  


Si todos viviéramos en grupos étnicos homogéneos en regiones apartadas del mundo, como ocurre todavía con algunos pueblos, la diversidad cultural sería menos importante en nuestra vida diaria. En Japón, donde viven 127 millones de personas, de las cuales 126 millones son japoneses, las diferencias culturales internas son mínimas, en comparación con la de Los Ángeles, donde las escuelas públicas han tenido que lidiar con 82 diferentes idiomas.

La diversidad cultural que nos rodea es creciente. Vivimos cada vez más en una aldea global y estamos unidos a nuestros vecinos aldeanos mediante el correo electrónico, los aviones y el comercio internacional. Alguna autoridad anónima ha dicho que la muerte de Diana ejemplifica la globalización: "Una princesa inglesa, con novio egipcio, se estrelló en un puente francés, a bordo de un coche alemán, con motor holandés, conducido por un belga embriagado de whisky escocés y perseguido por fotógrafos italianos, montados en motocicletas japonesas. La princesa fue atendida por un médico estadounidense, con medicamentos de Brasil". También dentro de los países hay diferentes culturas.



Hoy las migraciones y las recepciones de refugiados mezclan las culturas más que nunca. En un mundo dividido por conflictos, la paz verdadera exige respeto por las diferencias y apreciación de las semejanzas.

Para darnos cuenta del efecto de nuestra propia cultura basta confrontarnos unos a otros. Los hombres estadounidenses se sienten incómodos cuando los jefes de los gobiernos de Medio Oriente saludan al presidente de su país con un beso en la mejilla. Una estudiante iraní, durante su primera visita a un restaurante McDonald`s hurga en la bolsa de papel buscando los cubiertos, hasta que ve que los demás clientes se comen sus papas a la francesa nada menos que con las manos. En muchas regiones del mundo, los mejores modales de usted y míos serían graves faltas a la etiqueta. Los extranjeros que viajan a Japón luchan para dominar las reglas del juego social: cuándo quitarse los zapatos, cómo servir el té, cuando dar y abrir los regalos, cómo actuar con alguien de mayor o menor jerarquía social.