EL YO


En nuestra sociedad estamos muy preocupados por la autoimagen, todo ello se refleja en todo el dinero que la gente se gasta en tintes para el cabello, blanqueadores dentales, Botox y cirugías faciales. 
Pero, ¿realmente les importa a los demás si voy sin teñir, o si tengo alguna arruga? ¿O están tan preocupados por ellos mismos que apenas lo notan? En el centro de nuestros mundos, lo más importante para nosotros y para nadie más somos nosotros mismos. Desde nuestra perspectiva enfocada en nosotros mismos, sobrestimamos nuestra notoriedad. Este efecto del centro del universo significa que tendemos a vernos en el centro del escenario y, por lo tanto, sobrestimamos de manera intuitiva la magnitud en que la atención de los demás se nos dirige.
Cuando llevamos por ejemplo una camiseta fea pensamos que todo el mundo nos mira por ello, sin embargo, es un porcentaje muy bajo de gente el que se fijará en este cambio. Y lo mismo que sucede con la camiseta fea, la falta de tinte en el pelo o los kilos de más ocurre con nuestras emociones: ansiedad, enojo, disgusto, desengaño o atracción. Las personas que lo notan son menos de las que suponemos. Demasiado conscientes de nuestras propias emociones, a menudo padecemos una ilusión de transparencia. Si nos sentimos felices y lo sabemos, suponemos que nuestro rostro seguramente lo reflejará y que los demás lo notarán. En realidad, podemos ser más opacos de lo que creemos. 
También sobrestimamos la visibilidad de nuestra torpeza social y los errores mentales públicos. Cuando sonamos la alarma de la biblioteca o somos el único invitado que se presenta a la cena sin un regalo para el anfitrión, podemos sentirnos angustiados (todos piensan que soy tonto). Pero la investigación muestra que los demás se enfocan tanto en nuestras personas como lo hacemos nosotros mismos. 




El efecto del centro del universo y la ilusión de transparencia relacionada no son sino dos de muchos ejemplos de la interacción entre nuestro sentido del yo y nuestros mundos sociales, entre lo que está sucediendo en nuestra cabeza y el entorno que nos rodea. He aquí más ejemplos:
- El entorno social afecta la autoconciencia. Como individuo en un grupo dentro de una cultura, raza o género distintos, notamos en qué diferimos y cómo reaccionan los demás ante nuestras diferencias. Un blanco que va a un país africano se sentirá más blanco por comparación con el resto.
- El interés en uno mismo matiza el juicio social. No somos jueces objetivos y desapasionados de los sucesos. Cuando surgen problemas en una relación cercana, como el matrimonio generalmente atribuimos la mayor responsabilidad a nuestra pareja que a nosotros mismos.
- La preocupación por uno mismo motiva el comportamiento social. Nuestros actos suelen ser estratégicos. Con la esperanza de dar una buena impresión, la gente sufre por su apariencia. Revisamos nuestros comportamientos y las expectativas de los demás, y ajustamos nuestra conducta de acuerdo con ellos. La preocupación por la autoimagen dirige gran parte de nuestro comportamiento.
- Las relaciones sociales ayudan a definir nuestro yo. En nuestras diversas relaciones tenemos diversos yos. Podemos ser uno con la familia, otro con los amigos y otro con los profesores. La forma en que pensamos de nosotros mismos está vinculada con quienes somos en la relación que tenemos en ese momento.
Como sugieren estos ejemplos, el tránsito entre nosotros mismos y los demás tiene dos sentidos. Nuestras ideas y sentimientos acerca de nuestra persona afectan la manera en que interpretemos los acontecimientos, cómo los recordamos y la forma en que respondemos a los otros. A su vez, ellos ayudan a moldear nuestro sentido del yo.
Nuestro sentido del yo organiza los pensamientos, sentimientos y acciones. Permite que recordemos nuestro pasado, evaluemos nuestro presente y proyectemos nuestro futuro y, por lo tanto, nos comportemos de manera adaptativa.