¿Nos sentimos atraídos a gente que
en algunas formas difiere de nosotros mismos, en formas que complementan nuestras
propias características? Los psicólogos hemos explorado esta cuestión al
comparar no sólo las actitudes y creencias de amigos, cónyuges sino
también sus edades, religiones, razas, hábitos de fumar, niveles económicos,
educaciones, altura, inteligencia y apariencia. En todas estas formas y más, la
semejanza todavía prevalece.
Todavía nos resistimos: ¿No nos sentimos atraídos hacia personas cuyas necesidades y personalidades complementan la nuestra? ¿Un sádico y un masoquista encontrarán el verdadero amor? Siempre se ha visto que las personas sociables se emparejan con personas solitarias, los amantes de las novedades con los que no sienten agrado por los cambios, los gastadores con los ahorradores, los arriesgados con los cautelosos. El sociólogo Robert Winch razonó que las necesidades de una persona extrovertida y dominante complementarían aquellos de alguien que es tímido y sumiso. La lógica parece fascinante y la mayoría de nosotros podemos pensar en parejas que ven sus diferencias como complementarias.
Dada la persuasión de la idea, la incapacidad de los investigadores de confirmarla es sorprendente. Por ejemplo, la mayoría de personas se siente atraída a la gente expresiva y extrovertida. ¿Esto sería especialmente cierto cuando se encuentra desalentado? ¿La gente deprimida busca a aquellos cuya alegría los alegrará? por el contrario la gente no depresiva prefiere más a la gente feliz. Cuando se siente triste, la personalidad alegre de otra persona puede ser agravante. El efecto de contraste que hace que la gente promedio se sienta ordinaria en compañía de la gente hermosa, también hace que la gente triste esté más consciente de su tristeza en la compañía de gente alegre.
Todavía nos resistimos: ¿No nos sentimos atraídos hacia personas cuyas necesidades y personalidades complementan la nuestra? ¿Un sádico y un masoquista encontrarán el verdadero amor? Siempre se ha visto que las personas sociables se emparejan con personas solitarias, los amantes de las novedades con los que no sienten agrado por los cambios, los gastadores con los ahorradores, los arriesgados con los cautelosos. El sociólogo Robert Winch razonó que las necesidades de una persona extrovertida y dominante complementarían aquellos de alguien que es tímido y sumiso. La lógica parece fascinante y la mayoría de nosotros podemos pensar en parejas que ven sus diferencias como complementarias.
Dada la persuasión de la idea, la incapacidad de los investigadores de confirmarla es sorprendente. Por ejemplo, la mayoría de personas se siente atraída a la gente expresiva y extrovertida. ¿Esto sería especialmente cierto cuando se encuentra desalentado? ¿La gente deprimida busca a aquellos cuya alegría los alegrará? por el contrario la gente no depresiva prefiere más a la gente feliz. Cuando se siente triste, la personalidad alegre de otra persona puede ser agravante. El efecto de contraste que hace que la gente promedio se sienta ordinaria en compañía de la gente hermosa, también hace que la gente triste esté más consciente de su tristeza en la compañía de gente alegre.
Alguna complementariedad puede evolucionar conforme una relación progresa. Aun así, la gente parece ligeramente más proclive a ser atraída a casarse con quienes tienen necesidades y personalidades similares. Tal vez un día descubriremos algunas formas en las que las diferencias comúnmente engendran el agrado. La dominancia y la sumisión pueden ser una de estas formas.
Y tendemos a no sentirnos atraídos hacia quienes muestran nuestras peores características. La tendencia de los opuestos, a casarse o emparejarse nunca ha sido demostrada de manera confiable, con la única excepción del sexo.