Carmen tiene 42 años de edad, desde su adolescencia
desarrolló lo que para muchos era una manía, decía tener la frente tan
prominente que era mejor ocultarla con sombreros y flequillo. Su incomodidad
fue en progreso con el paso de los años, provocando además aislamiento social,
ruptura marital (ya que por más paciencia que tuvo su esposo no logró
comprender la obsesión de Carmen, quien no le permitía ni tocarle la cabeza, ni
sacarle fotografías, entre muchas otras conductas que deterioraron la relación
de ambos) y sumas descomunales de dinero invertido en estilistas para mantener
su cabello sobre la frente.
A los 35 años en una reunión laboral, agredió
verbalmente a una de sus compañeras al suponer que se estaba burlando de lo que
ella consideraba su punto débil. Como es de suponer, no tuvo más opciones,
o asistía a un terapeuta o no podría retornar a su empleo. Se determinó que
Carmen sufría de Trastorno Dismórfico Corporal.
Este término fue dado a conocer en 1886 por el
psiquiatra Enrique Morselli quien explicó que es un tipo de afección mediante
la cual el paciente considera tener una deformidad física. El sentimiento de
fealdad se enfoca en un área determinada del cuerpo, creyendo que la misma es
insoportable ante los ojos de las demás personas.
Quienes padecen TDC se quejan constantemente de su
apariencia, invierten dinero en productos para el cuerpo, cirugías plásticas,
se observan constantemente en el espejo para controlar que la “deformidad” se
encuentra bien escondida frente a los demás o en el caso contrario, ocultan los
espejos por completo para no tener que observarse y auto-juzgarse. Sus
actividades cotidianas se ven afectadas por el estrés y la ansiedad con la que
suelen vivir, preguntando a las personas de confianza si el defecto se nota.
Los síntomas suelen variar según sea el lugar del
cuerpo donde se encuentra el defecto.
La distorsión de la realidad en estos casos, se
encuentra solo en la mente, pocas veces el defecto posee las dimensiones a las
que el paciente hace referencia.
Las cirugías son una opción que no suele jamás mejorar
la disociación de la realidad, ya que la inconformidad regresará tiempo después
sobre la misma área operada.
En estos casos la terapia psicológica es necesaria, ya
que el problema radica en la mente del sujeto no en el plano físico. El patrón
común de los pacientes que asisten a terapia por TDC es que verbalizan sentirse
incómodos, tristes, asqueados de sí mismos y torturados por la constante
observación de otros sobre su padecimiento.
El TDC tiene mayor incidencia en las mujeres que en
los hombres y las áreas más afectadas son la nariz, orejas, labios, parpados,
abdomen y busto, aunque las zonas genitales, los glúteos, el cabello (demasiado
grueso o muy fino), vello excesivo, mandíbula, dientes y columna también suelen
ser mencionadas.
La constante comparación con otros y el enfado consigo
mismo, pueden llevar a un paciente con TDC al suicidio.
La terapia en ocasiones incluye tratamiento
farmacológico para lograr controlar los estados de ansiedad, depresión, baja
autoestima y conductas obsesivas como actividades extremas para modificar la
imagen corporal que pueden colocar en riesgo a la persona. Sin embargo, siempre
se intenta trabajar sin necesidad de medicamento, únicamente con terapia
cognitivo-conductual que es la que mayor evidencia científica muestra para el
tratamiento de dicho problema.