¿Los héroes que salvan la vida, los donantes diarios
de sangre y los voluntarios han estado motivados por una meta final de
preocupación desinteresada por los demás, tal vez mezclada con otros motivos?
¿O es su meta final sólo alguna forma de beneficio personal, tal como obtener
una recompensa, evitar algún castigo y la culpa o para aliviar la angustia?
Abraham Lincoln ilustró el tema filosófico alegando
que el egoísmo impulsa todas las buenas obras, se percató de una cerda que
hacía un ruido terrible. Sus cerditas se habían caído a un estanque pantanoso y
estaban en peligro de ahogarse. Lincoln puso a los cerditos en un lugar seguro.
A su regreso, su compañero remarcó que ese había sido un acto completamente
altruista (ofrecer ayuda al otro de manera completamente desinteresada).
Lincoln le respondió que fue un acto completamente egoísta ya que no hubiera
tenido tranquilidad mental en todo el día si se hubiera ido dejando a los
cerditos sufriendo.
Sin embargo, hoy en día los psicólogos hemos llegado a
la conclusión de que la disposición a ayudar está influida tanto por
consideraciones egoístas como desinteresadas. La angustia por el sufrimiento de
alguien nos motiva a aliviar nuestro malestar, ya sea al escapar de la
situación de angustia o al ayudar. Pero especialmente cuando sentimos apego
hacia alguien, también sentimos empatía. Así los padres sufren cuando sus hijos
sufren. También sentimos empatía por aquellos con quienes nos identificamos.
Cuando sentimos empatía, nos enfocamos no tanto en
nuestra propia angustia como en la de quien sufre. La compasión y comprensión
genuinas nos motivan a ayudar a la persona por su propio bien.
Conclusión: Si sentimos empatía, pero si hay algo más
que nos haga sentir mejor, no tenemos tanta probabilidad de ayudar. De este
modo, todos están de acuerdo en que algunos actos de ayuda son evidentemente
egoístas (hechos para ganar recompensas externas o evitar un castigo) o
sutilmente egoístas (hechos para obtener recompensas o aliviar la angustia
interna).