No tenemos que pensar que evolución y cultura sean
competidoras. Las normas culturales afectan de manera sutil, pero poderosa,
nuestras actitudes y comportamientos, pero no lo hacen independientemente de la
biología. Todo lo social y lo psicológico es, en última instancia, biológico.
Si las expectativas de los demás influyen en nosotros, eso es parte de nuestra
programación biológica. Además, la cultura puede acentuar lo que la herencia
biológica inicia. Si genes y hormonas predisponen a los hombres a ser
físicamente más agresivos que las mujeres, la cultura amplía esta diferencia
mediante normas por las que se espera que ellos sean recios y ellas el sexo
amable y gentil.
Biología y cultura también interactúan. La ciencia
genética actual explica cómo la experiencia se vale de los genes para modificar
el cerebro. Los estímulos ambientales pueden activar genes que producen nuevos
receptores neuronales. La experiencia visual pone en marcha genes que desarrollan
la zona visual del cerebro. El tacto de los padres dinamiza genes que ayudan a
las crías a enfrentar futuros acontecimientos estresantes. Los genes no sólo
nos constriñen, sino que también responden de forma adaptativa a nuestras
experiencias.
La biología y la experiencia interactúan de la misma
manera como las características biológicas influyen en cómo reacciona el medio.
La gente responde de forma diferenciada a un David Beckham que a un Woody
Allen. De igual forma, los hombres, al ser 8 por ciento más altos y tener, en
promedio, casi el doble de masa muscular, pueden tener experiencias diferentes
a las de las mujeres. Considere también lo siguiente: una norma cultural muy
firme dicta que los varones deben ser más altos que su mujer. Podemos especular
sobre una explicación psicológica: quizá ser más alto sirve para que los
hombres perpetúen su poder social sobre las mujeres. Pero también podemos
especular sobre la sabiduría evolutiva en que se funda la norma cultural: si
las personas prefirieran cónyuges de la misma estatura, los hombres altos y las
mujeres bajas se quedarían sin pareja. La evolución dicta que los varones sean
más altos que las mujeres, y la cultura establece lo mismo para las parejas.
Así, la regla de la estatura bien puede ser resultado de la biología y la
cultura.
En las culturas con mayor igualdad de funciones de
género, es menor la diferencia en las preferencias de apareamiento (que los
hombres busquen juventud y capacidades domésticas, y las mujeres estatus y
potencial de ganancias). Del mismo modo, a medida que se ha incrementado el
número de mujeres que se emplean en ocupaciones que eran masculinas, se han
reducido las disimilitudes entre los sexos en cuanto a la masculinidad y
feminidad declaradas.
En definitiva, a medida que ambos representan papeles
más semejantes, decrecen las desigualdades psicológicas.