La conducta agresiva es una cuestión que se da en
todos los seres humanos, en especial en momentos de tensión y frustración. Sin
embargo, hay en sujetos que se da de manera esporádica, pero hay otras personas
que sienten un impulso irrefrenable de forma habitual. Es por ello por lo que
hemos decidido llevar a cabo este artículo.
Si el comportamiento agresivo se aprende, entonces hay
esperanzas de controlarlo. Vamos a revisar rápidamente los factores que influyen
en la agresión y a especular sobre cómo contrarrestarlos.
Por una parte, las experiencias aversivas, como
expectativas frustradas o ataques personales, predisponen la agresión hostil.
Por consiguiente, es aconsejable cultivar expectativas falsas e inalcanzables
en la mente de los demás. Las remuneraciones y los costos anticipados influyen
en la agresión instrumental. Esto indica que debemos recompensar la conducta
cooperativa pacífica. En experimentos, los niños son más pacíficos si sus
cuidadores ignoran su conducta agresiva y refuerzan la pacífica. La amenaza del
castigo disuade al agresor sólo en situaciones ideales, es decir, cuando el
castigo es firme, pronto y seguro; cuando se combinan con una recompensa por la
conducta deseada, y cuando quien lo recibe no está enojado.
Pero hay límites a la eficacia de los castigos. Casi
todas las agresiones mortales son impulsivas, acaloradas, resultado de una
discusión, una pelea o un ataque. Así debemos prevenir la agresión antes de que
ocurra. Debemos enseñar estrategias de solución pacífica de conflictos. Si las
agresiones mortales fueran frías e instrumentales, tendríamos la esperanza de
que esperar hasta que ocurrieran y castigar con dureza al criminal disuadiría
de tales actos. En ese mundo, los estados que imponen la pena de muerte
tendrían un índice de homicidios mucho menor que otros. Pero en nuestro mundo
de asesinatos impulsivos no ocurre así.
El castigo físico también puede tener efectos
negativos. El castigo es un estímulo adverso; ejemplifica la conducta que se
quiere prevenir. Por esta razón los adolescentes violentos y los padres que
maltratan a sus hijos vienen de hogares en los que la disciplina adopta la
forma de castigo físico duro.
Para fomentar un mundo más cordial, podíamos ejemplificar
y recompensar la sensibilidad y la cooperación desde una edad temprana, quizás
capacitando a los padres a reforzar las conductas deseables y a enmarcar los
mensajes de manera positiva a reforzar las conductas deseables. Por ejemplo, en
lugar de decirles " si no limpias tu cuarto serás castigado", se
debiera de decir " cuando termines de limpiar tu cuarto, puedes
jugar".
Si observar modelos agresivos reduce las inhibiciones
y favorece la imitación, también podríamos reducir los retratos brutales en
películas y programas de televisión. También se pueden orientar a los niños en
contra de los efectos de la violencia en los medios.
Los estímulos agresivos también estimulan la
agresividad. Esto sugiere reducir la disponibilidad de armas como pistolas. En
1974, Jamaica puso en marcha un programa en contra de la delincuencia que
incluía un estricto control de armas y censura de las escenas con armas de
fuego en televisión y cine. En el siguiente año, los robos se redujeron 25 por
ciento y las balaceras sin muertos, 37 por ciento. Y en Suecia el sector
juguetero suspendió la venta de juguetes bélicos.
Estas sugerencias ayudan a reducir al mínimo la
agresividad. Pero dada la complejidad de las causas de la agresividad y la
dificultad de controlarlas, nadie puede sentir el optimismo del pronóstico de
Andrew Carnegie de que en el siglo xx "matar a un hombre será considerado tan
repugnante como ahora es comérselo". Desde que Carnegie profirió estas
palabras en 1900, han sido asesinados unos 200 millones de seres humanos. Es
una triste ironía que, aunque hoy entendemos la agresividad mejor que nunca, lo
inhumano de la humanidad perdura. Sin embargo, las culturas cambian.