Piense en algunas situaciones en las que se enfrentó a un nuevo papel, por ejemplo, en los primeros días en un nuevo empleo, en la universidad, o en algún grupo de estudiantes. Observó su nueva forma de hablar y sus nuevos actos porque no le eran naturales. Luego, un día notó algo sorprendente: ya no era forzado.
En un estudio, algunos varones universitarios se ofrecieron para pasar
algún tiempo en una prisión simulada. Posteriormente, hicieron una película de
dicho experimento. El autor de dicho experimento, Zimbardo, se
preguntó: ¿La brutalidad de una cárcel es producto de reclusos malvados y
guardias maliciosos, o los papeles institucionales de unos y otros amargan y
endurecen hasta a la gente compasiva? ¿Las personas hacen que el lugar sea
violento, o el lugar hace que los individuos lo sean?
Entonces, de manera aleatoria la mitad de los estudiantes fueron designados como guardias dándoles uniformes, macanas y silbatos, y los instruyó para que hicieran cumplir las reglas. La otra parte, los presos, fueron encerrados en celdas y obligados a utilizar atuendos humillantes. Después de un primer día alegre de representar sus papeles, todos quedaron atrapados en la situación. Los guardias empezaron a denigrar a los presos, y algunos diseñaron rutinas crueles y degradantes. Éstos perdieron el control, se revelaron o se volvieron apáticos. Se desarrolló una creciente confusión entre la realidad y la ilusión, entre el juego de funciones y la identidad propia. A los seis días, el experimento tuvo que cancelarse debido a la crueldad y los límites que se habían traspasado.
Imagínese actuando de esclavo, no sólo por seis días,
sino por décadas. Si unas cuantas jornadas alteraron el comportamiento de
los participantes en la prisión de Zimbardo, piense los efectos corrosivos de
décadas de conducta servil.