SENTIDO DE PERTENENCIA


Nuestra eterna dependencia entre unos y otros coloca las relaciones personales en el centro de nuestra existencia. Aristóteles llamó a los humanos "animal social". De hecho, tenemos la intensa necesidad de pertenencia, hacer conexión con otros en relaciones cercanas y permanentes.
En realidad, somos animales sociales con necesidad de pertenencia. Cuando pertenecemos, es decir, cuando nos sentimos apoyados por relaciones cercanas e íntimas, tendemos a ser más sanos y felices.
En la universidad australiana de New South Wales, Kipling Williams (2002) exploró lo que sucede cuando nuestra necesidad de pertenencia es frustrada por el ostracismo (actos de excluir e ignorar). Los humanos en todas las culturas, ya sea en las escuelas, lugares de trabajo u hogares, utilizan el ostracismo para regular la conducta social. Así que, ¿qué se siente cuando se es rechazado, evitado, recibido con miradas evasivas o se es recibido con tratamiento silencioso? La gente responde al ostracismo con humos depresivos, ansiedad, sentimientos lastimados, esfuerzos por reestablecer la relación y retracción eventual. 



A veces el ser rechazado se torna desagradable. En diversos estudios, Jean Twenge y colaboradores (2002) dieron a algunas personas la experiencia de ser socialmente incluidos. Otros experimentaron la exclusión: se les decía (con base a una prueba de personalidad) que ellos "tenían la probabilidad de terminar solos al final de la vida" o que otros que ellos habían conocido no los querían en su grupo. Los que fueron llevados a sentirse excluidos se volvieron no sólo más proclives a participar en conductas de auto-derrota como tener un desempeño inferior en un examen de aptitudes, sino que también se volvieron más propensos a despreciar o a gritar a alguien que los había insultado. Los investigadores señalaron que, si una pequeña experiencia en una prueba de laboratorio podía producir tal agresión, uno se pregunta qué tendencias agresivas podrían surgir de una serie de rechazos importantes o de una exclusión recurrente. 
En otro experimento se descubrió que incluso el ciber-ostracismo por parte de personas sin rostro que uno nunca conocerá genera peor humor y con una mayor propensión a emitir juicios hacia los demás. Todos ellos, exhibieron una actividad resaltada en un área de la corteza cerebral que también se activa en respuesta al dolor físico. Parece que el ostracismo es un dolor verdadero.
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