Si alguna vez te has preguntado ¿qué nos mantiene
unidos como especie? o ¿qué nos hace falta para acabar con los conflictos en el
mundo? la respuesta es la misma: empatía.
Su definición puede resumirse en la tan popular
expresión: “ponerse en los zapatos del otro” que, si bien es trillada, resume
perfectamente esta capacidad que nos lleva a conectarnos con quienes nos
rodean, a ponernos en su lugar y comprender qué sienten, y cuál su visión de
las cosas, sin juzgar sus actitudes.
Se puede entender la empatía como una habilidad
adquirida, es decir, no nacemos con ella, sino que la vamos desarrollando
aproximadamente a partir de los tres meses de edad, a medida que interactuamos
con nuestros padres y las personas presentes en nuestro entorno.
Del mismo modo, el origen de esta clase de condición
en la que comprendemos al otro, se encuentra en las neuronas espejo. Una
clase de neuronas que nos permiten captar e imitar las emociones de nuestros
semejantes, y que, al combinarse con nuestras facultades sociales, nos ayudan a
desenvolvernos de manera empática. Un claro ejemplo se puede ver cuando
nos encontramos con un ser querido que sufre por la pérdida de un familiar.
Inmediatamente comprendemos su dolor, y como un reflejo también nos sentimos
mal, pues o conocemos cómo se siente debido a una situación propia previamente
experimentada o intentamos tener una idea cercana.
No obstante, aprender a reconocer cuando es apropiado
actuar de forma empática puede no ser tan sencillo para algunas
personas. Puede deberse a haber sufrido indiferencia emocional por parte
de los padres a temprana edad, o por padecer trastornos de la personalidad,
como el narcisista o el trastorno antisocial. Un síntoma fácil para
identificar a estos últimos, es notar un constante desinterés por los sentimientos
y pensamientos de los demás cuando estos no coinciden con los propios. Ya que
esta actitud es casi imposible de cambiar, solo ocurre de manera invariable en
quienes los padecen, es decir, no sienten alegría, tristeza ni emoción hacia
los demás. Para aquellos que no se encuentran en ninguno de estos casos,
la empatía es una opción, porque pueden decidir cuándo demostrarla y cuando no.
La mayoría de las veces somos más empáticos con
personas que son importantes para nosotros, pero podemos no serlo por malas
experiencias con otros, o por circunstancias traumáticas. Dado que la falta de
esta habilidad se debe a una actitud egocéntrica, se puede aumentar la
capacidad de empatía observando con verdadero interés a los demás mientras se
conversa, y así captar los mensajes que esa persona transmite a través de un
lenguaje no verbal, como los gestos, entendiendo y dando una respuesta acertada
que conforte al interlocutor.
Sin embargo, como todo en la vida en exceso es malo,
empatizar con los demás de forma exagerada y cotidiana, puede conducir a una
desconexión emocional con nosotros mismos. ¡El equilibrio es la clave!
Ahora bien, si aún no comprendes cómo esto ayudaría a
acabar con los conflictos del mundo, debes entender que, si todos nos ponemos
un poco en el lugar de otros, esto nos motivará a colaborar en conjunto para
ayudar y evitar el sufrimiento de los demás, y a mantenernos unidos.