A pesar de que
el adagio popular indica que “los opuestos se atraen”, lo cierto, ¡es que esa
atracción no dura para siempre!
Las mismas
diferencias que en principio resultaron atractivas ante los ojos del otro, con
el paso del tiempo, suscitan problemas que llegan a hacer la convivencia
imposible. Es cuando se puede asegurar que los opuestos también se retraen.
Fundamentalmente las inseguridades, la formación profesional, los valores y a
veces hasta los parámetros de bueno o malo de cada uno los conducen a
callejones sin salida donde la comunicación se hace imposible hasta provocar la
ruptura.
Analicemos este
ejemplo con atención:
Lucia y Carlos
se conocieron mientras estudiaban, ella creció en el seno de una familia
conservadora en la que los modales y la formación académica eran esenciales.
Él por su parte,
proviene de un hogar disfuncional, su madre trabajaba a dobles turnos para
mantener a sus hijos y su padre desapareció de sus vidas cuando Carlos era un
bebé. Por lo que los conceptos de familia, hogar e hijos, no forman parte de su
vocabulario. Además, apenas completó sus estudios, le encantan las fiestas y
trasnochar sin rendir cuentas a nadie de sus actos.
Al provenir de
ambientes tan distintos, sintieron atracción especial por la forma en el que el
otro percibía la vida. La indisciplina de él y la inteligencia de ella los
unió, pero después de seis meses de convivencia, ¡todo dio un giro!
Ella quiso
modificar los hábitos de Carlos para que se expresara mejor, leyera más,
compartiera sus planes y se enamorara de la idea de tener hijos. Esto generaba
discusiones interminables que los distanciaban por días. Después, él, llegó a
proponerle a Lucia que aceptara una relación “abierta”, en la que pudieran
incluir a un tercero y donde no existieran compromisos establecidos que le
impidieran salir o entrar de la casa con quien él quisiera, es decir, ¡nada de
reclamos!
El espíritu
libre de Carlos y la estricta manera de pensar y actuar de Lucia, los motivó a
tomar la única decisión en la que al fin pudieron coincidir: “¡Dejarlo!”
En este caso sus
patrones de formación fueron mucho más fuertes que otras cuestiones también
necesarias e importantes en una relación.
Y es que, ¡nuestra
crianza define quienes somos! y afecta (para bien o para mal) la visión que
tenemos de la existencia, llevándonos a juzgar desproporcionadamente, a quien
en un principio nos hizo soñar y con quien pretendíamos adaptarnos, para tener
una vida completamente distinta.
Sentirse sin
ánimos o con celos respecto a la forma en la que otras parejas con más
características en común se acoplan y resuelven sus conflictos, es un
indicativo claro de que en tu relación están empezando a resaltar “las
diferencias”.
En estos casis
no es necesario que la pareja termine, pero hasta que ambos no expongan con
claridad todas sus expectativas, no podrán adaptarse lo suficiente como para
permanecer de forma armónica. Aceptar que cada uno tiene formas distintas para
resolver las desavenencias y que la comprensión es la clave para comunicarse
asertivamente, les ayudará a mantener la mente abierta y los apaciguará en los
momentos en los que aparentemente no hay tolerancia.
Es necesario
tener en cuenta tus sentimientos y respetar los de tu pareja y cuando difiera
de ti en sus modos de hablar, pensar y actuar, preguntarle las razones que lo
motivaron a ello antes de juzgarle o generar más polémica.
Si a pesar de
las diferencias, ambos desean un mismo futuro en común, entonces vale la pena
intentarlo, reajustarse y comprometerse a mejorar si de verdad se aman.